Desde mi ventana: El mundo es muy pequeño para los dos
Luces rojas, truenos en el cielo y un disparo en medio de la oscuridad. Amargo despertar. Reconozco el sonido de la máquina de hospital. Su lento e intermitente pito nos recuerda que es un milagro el presumir estar vivos. Las agujas en el brazo. La máscara de oxígeno apretada en nuestra cara. Señales de una larga y ardua batalla que le hemos ganado a la muerte. De momento. Es poco lo que recuerdo. Las imágenes de lo acontecido son fantasmas del pasado que se esconden entre los vacíos que hay en nuestra memoria. Como viajeros en el tiempo, los recuerdos aparecen en el peor momento, vienen sin avisar en medio de la noche, atormentando nuestro sueño, y dejando que nuestra mente naufrague en un mar que está más lleno de dudas que de posibles respuestas.

Cuentan que fui encontrado agonizando en medio de un oscuro callejón, como animal a la intemperie entre la vida y la muerte, intentando protegerse vanamente de la lluvia que inexpugnablemente castigaba cada centímetro de mis huesos. Sin embargo, como piezas de rompecabezas, cada quien tiene su versión de la historia. La joven asegura que fuimos víctimas de la casualidad, una estadística más. Estar en el lugar equivocado, en el momento menos adecuado. Una posible bala perdida en el frustrado asalto al Banco Central −a tres cuadras del lugar en que me hallaron− es a la que señalan como la principal responsable. El hecho no pasó inadvertido, según me comentó una vez el viejo. En cuestión de quince minutos, tres ladrones se infiltraron en las instalaciones del Banco, amordazaron a los guardias de seguridad y arrasaron con todo lo que había en la pequeña sucursal. Fue el robo del año, dijeron los titulares. Pero para muchos, nuestra presencia en el lugar fue más que una casualidad.
Dos veces a la semana un par de policías vienen a visitarme para obtener algún tipo de declaración; sin embargo, la señora que nos da de cenar señala que la doctora que está a cargo de mi observación, no los deja pasar. Para ninguno de ellos es fácil. Sin papeles, ni identificación, y sin que alguien haya venido a reclamarme, nadie se explica cómo tuve la “mala fortuna” de estar esa extraña noche en ese maldito lugar. Amnesia temporal. Es la justificación que han dado mis médicos. A pesar de ello, poco a poco, las imágenes comienzan a llegar lentamente a mi mente. Recuerdo el callejón. Lleno de mugre, basura y excremento. Puedo sentir de nuevo la lluvia golpeando mi cuerpo, y el dolor y la sangre recorriendo mi rostro. Meros recuerdos oscuros y difusos. Hasta que una noche escucho su nombre.
Es el viejo que nos acompaña hasta el cuarto de baño quien se encarga de traer todo de golpe. La actualización de las noticias de la mañana. Andrea Calderón, la hermosa presentadora de espectáculos, fue hallada sin vida en su apartamento. Sobredosis, sentenció el viejo. Pero algo capta mi atención. Su nombre. Andrea. Sin pensarlo, todo se vuelve mucho más claro. Como pequeños retazos que se dibujan en un gran lienzo incompleto, los pequeños detalles afloran en cada esquina de mi mente, y nuestro nombre vuelve de repente. La oportunidad de nuestras vidas. El golpe de suerte que nos sacaría para siempre de la pobreza. La forma en que íbamos a darle vida a nuestros sueños. Todo se apagó esa noche.

Pablo Esteban Vargas
Yyyy, me encantó. Una redacción que envuelve y activa la imaginación. Excelente!!
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